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Mexicanos al grito de ángeles caídos: Avalanch en el Circo Volador de la CDMX

por Alejandro Herrera
AVALANCH

Fotografía: María Esther Chamosa

Parece ironía que sea 15 de septiembre y que los mexicanos estén reunidos en el célebre Circo Volador para vitorear a una agrupación española, parece ironía y podría calificarse como una de esas cosas que en otras naciones se castiga con pena de muerte, sin embargo en este país cada vez más lejano de la tradición y más cercano al posmodernismo ramplón eso importa poco, tal vez, como ángeles caídos del paraíso neoliberal que auguraba desarrollo y riqueza, resulte mucho más atractivo el desahogo visceral que hace eco en los oscuros rincones del recinto de Calzada de la Viga, que la parafernalia y simulación que hierve en el Zócalo capitalino.

Alrededor de las 8:15 de la noche Calvaria hace su aparición y trae de regreso la dicotomia de la conquista, cuyo velado simbolismo se respira en el aire, con Hijos del Sol, la agrupación, que lleva 19 años luchando por conservar su lugar en el metal nacional, da muestras de una solidez y presencia forjada al calor de la batalla que implica la supervivencia en un medio tan lleno de obstáculos como la escena mexicana.

La respuesta del público a temas como Metalia, Soy Yo o Viajeros del Tiempo es excelente y la agrupación abandona el tablado para dejar paso a la avalancha que se avecina.

Después de unos minutos, que parecen una eternidad, Alberto Rionda aparece envuelto en la bandera tricolor, sigue pareciendo una ironía pero la multitud ya ha enloquecido y eso pasa a segundo plano, los primeros acordes de Hacia la luz retumban con todo su poder y los gritos se levantan por encima del audio local.

Este All Star Band suena impresionante, la batería de Mike Terrana, quien es una mole detrás de los tambores, hace vibrar hasta al más estóico, la voz de Israel Ramos no le pide nada a Víctor García, quien hiciera la grabación original del Ángel Caído en 2001, Magnus Rosén es un veterano cuya sola presencia arrastra la mirada con su impecable ejecución y Jorge Salán y Manuel Ramil saben lo que hacen y no necesitan demostrar nada a nadie, la alineación que conmemora el XV aniversario del tercer material discográfico en estudio de Avalanch es un leviatán indestructible.

Rionda y compañía dominan el oficio y saben cómo construir el nudo dramático que tiene en vilo a las más de 600 almas reunidas en el centro de una ceremonia, donde los dibujos en las paredes están más que ad hoc para las piezas que se corean a todo pulmón, por una concurrencia que ha venido a desquitar el costo de su boleto.

Tierra de nadie, El ángel caído, Xana y todo el repertorio del álbum cuya icónica portada fuera ilustrada por Luis Royo, tienen el efecto esperado y se clavan como saetas en el imaginario y la educación sentimental de los presentes.  Los españoles se ganan el corazón del público de la Ciudad de México portando máscaras de luchadores y felicitando a los asistentes por la fecha tan especial que se conmemora, incluso dedican una canción a Mario Montaño, voz y líder de la banda abridora, para dejar claro que en el metal existe una fraternidad que la conciencia histórica no puede fracturar.

Temas como La Buena Nueva, Corazón Negro o Antojo de un Dios son capturados por un ejército de teléfonos móviles y transmisiones en directo para aquellos que degustan “antojitos” en sus hogares.

Rosén regala un solo de bajo contundente, preciso, poderoso, es un caballero de la vieja guardia armado con una trayectoria cuya enumeración resultaría redundante; la velada se acerca a su fin y la temperatura se ha elevado, casi tanto como las llamas donde el terror nació, de las cuales se hace mención en Torquemada, canción que los asistentes piden con desbordada euforia.

El concierto termina y Avalanch se despide pues al día siguiente deberán volar a Monterrey para repetir la experiencia, el Circo Volador comienza a despejarse y en el Centro Histórico el cielo se ilumina con la pirotecnia habitual del mes patrio, con una algarabía triste que intenta ocultar que el Edén está en ruinas ¿Otra ironía? Tal vez, pero ya es tarde para eso, la avalancha ha arrasado por igual con ángeles y demonios y también, por un par de horas, con la aplastante cotidianidad de un país que llora su derrota constante, su caída de gracia y su condición donde no hay nada que celebrar.

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