Inicio Arte y Cultura El idilio apasionante entre la fotografía y la cultura mexicana

El idilio apasionante entre la fotografía y la cultura mexicana

por María Chamosa

México es muy fotografiable, así lo han demostrado miles de artistas y periodistas, tanto nacionales como extranjeros, que se han dedicado a plasmar mediante la fotografía la esencia mexicana.

Desde sus inicios, la gente dotó a la fotografía de cualidades mágicas, fascinantes o seductoras. Los mexicanos saben muy bien del poder enigmático de la fotografía, por eso colocan las imágenes de sus difuntos en las ofrendas de Día de Muertos.

Además del disfrute estético que provoca la contemplación de una imagen fotográfica, hay que decir que ésta captura instantes cautivadores y ayuda a materializar el recuerdo.

La primera imagen fotográfica  en México fue tomada en 1839, mostraba una toma panorámica del Puerto de Veracruz, con el Convento de San Francisco en primer plano. Se trataba de un daguerrotipo, un proceso de Louis Jacques Mandé Daguerre (quien había perfeccionado la técnica de Nicéphore Niépce) para capturar la imagen a través de una placa de cobre, que llevaba un ligero recubrimiento de yoduro de plata.

A partir de ese momento, la fotografía en México iniciaría una larga carrera llena de aventuras. Los daguerrotipos propiamente hablando duraron poco tiempo, pues pronto fueron llegando técnicas nuevas que cada vez más facilitaban y abarataban los costos de producción y reproducción.  

Desde aquella primera placa, México ha sido un escenario muy fotografiable, así lo han demostrado miles de fotógrafos tanto nacionales como extranjeros que se han dedicado a plasmar mediante la técnica fotográfica la esencia mexicana, ya sea plasmando sus paisajes, o retratando a su gente.    

La fotografía es parte fantasía y parte realidad, vuelve tangible el recuerdo y lo trasciende, de ahí el encanto por postales y fotografías de viajes. Y ¿qué decir sobre los álbumes familiares o el portarretrato donde descansa el hijo ausente en la mesita de la sala?

Nunca falta el cuadro que cuelga en la pared con la mirada inquisidora del abuelo que ha partido; o las fotos viejas que guardaban las abuelas en una caja de galletas, justo al fondo de su ropero.

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