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Zombi sigue siendo una palabra vasta y devastadora

por Sarai Robledo

<<… y, aunque puede que muchos pongan en tela de juicio la precisión científica de la palabra zombi, les costará encontrar otro término mundialmente aceptado para designar a las criaturas que estuvieron a punto de provocar nuestra extinción. Zombi sigue siendo una palabra devastadora.>> Max Brooks, Guerra mundial Z.

Night of the living dead

Caníbales insaciables, violentos y peligrosos caminantes desprovistos de voluntad, forma humana que no pertenece ni a la vida ni a la muerte, seres que se reproducen como una plaga, que contagian: éste es el arquetipo del zombi que se popularizó gracias a la película Night of the living dead (1968) de George A. Romero.

Sin embargo, la idea del zombi ya se podía encontrar desde principios del siglo XX, cuando Estados Unidos colonizó Haití. El sincretismo que esto generó, entre los ritos vudú y el cristianismo, permeó las historias que llegaban a Estados Unidos en las que se hablaba de hombres llevados a la muerte para luego ser resucitados como esclavos.

White zombie (1932), película de Victor Halperin, fue una de las películas que llevó al cine estadounidense dicho precedente, pues mostraba a Béla Lugosi, en el papel de maestro de las ciencias mágicas, transformando seres humanos en zombis-esclavos para utilizar en las plantaciones.

Otro rasgo interesante de cómo se ha perfilado la figura del zombi hasta nuestros días es que, a diferencia de otros seres como el vampiro, el zombi no es un ser nacido de la literatura y, por tanto, no cuenta con una obra literaria canónica (como lo es Drácula de Bram Stoker para los vampiros) que le dé una identidad individual: el zombi es masa, el zombi es hijo del celuloide.

No obstante, más que perjudicar al género, le otorgó el beneficio de poder jugar con el origen y el tratamiento del zombi como monstruo: algún desastre bacteriológico masivo, un virus modificado (en algún experimento clandestino de alguna farmacéutica o departamento médico del gobierno) que contagia a animales y/o humanos, un meteorito que cayó en la Tierra, la lectura accidental de algún conjuro para revivir a los muertos o, incluso, el desconocimiento total del porqué hay muertos vivientes.

Lo anterior le otorga al zombi la posibilidad de ser representado prácticamente bajo cualquier circunstancia y en cualquier cultura, situación que nos ofrece elementos nuevos dentro del género.

Un ejemplo de esto es la película canadiense Pontypool (2009), del director Bruce McDonald. La premisa puede sonar bastante trillada: tres personajes que trabajan en una estación de radio comienzan a recibir noticias del inicio de un apocalipsis zombi (aunque no se pronuncia nunca la palabra zombi). ¿Qué es lo interesante? Que en este largometraje Bruce MacDonald utiliza dos recursos para darle forma a la idea de la aniquilación de la humanidad: una nación bilingüe y el uso del lenguaje en la era de la información.

Grant Mazzy, un locutor que a lo largo de la emisión matinal que encabeza va arrojando la información que le llega a cuentagotas, nos conduce a la aterradora conclusión de lo que está pasando: la transmisión del virus zombi ya no es en forma viral sino a través del lenguaje. El ser infectado ya no caza sólo seres humanos, caza sonidos y palabras.

Pontypool difícilmente sería posible en una sociedad monolingüe, pues los protagonistas encuentran refugio temporal en la utilización del francés (segunda lengua oficial en dicha nación y la que, según se establece en la película, no está contaminada). ¿Cómo saber si la próxima palabra que vamos a pronunciar está infectada? ¿Cómo reconfigurar la relación significado/significante para evitar ser zombificados?

La palabra es el reflejo de lo que somos, le da orden al mundo que habitamos y también a nuestra existencia. Somos nombrados para existir y, en un medio como la radio en donde el protagonista es el lenguaje, suena aterrador no poder utilizarlo para movernos como lo que somos: seres del lenguaje y, por tanto, seres humanos.

Juan de los Muertos

Otra película que da un tratamiento interesante a la figura del zombi es Juan de los muertos (2010), dirigida y escrita por Alejandro Brugués. En ella encontramos a la sociedad cubana, cincuenta años después del triunfo de la Revolución, enfrentándose al inicio y desarrollo del apocalipsis zombi.

No se conoce qué provocó que los muertos resucitaran, pero la condición política de la isla es pieza clave para que los medios de difusión locales acusen al imperialismo estadounidense de querer derrocar a Fidel Castro con un ataque perpetrado en complicidad con disidentes cubanos. Así aparece Juan, un personaje que va a representar al estereotipo del cubano común que busca sobrevivir a costa de los demás en una sociedad comunista.

Cuando se da cuenta de que lo que pasa no tiene qué ver con la disidencia cubana sino con son zombis, Juan decide sacar provecho de la situación y funda su negocio: “Juan de los muertos, matamos a sus seres queridos”, en donde él y una serie de personajes secundarios acuden al llamado de las personas para matar zombis a cambio de algunos pesos cubanos.

Juan de los muertos es también una película que utiliza el humor —que no la tropicalización— como crítica social. La introducción de personajes arquetípicamente homosexuales no como víctimas, sino como héroes, resulta especialmente interesante ya que dentro de la sociedad cubana se ha estigmatizado mucho a este sector.

También, el que Juan tenga la oportunidad de escapar de una Habana infestada por zombis (como lo hacen los llamados gusanos que escapan del comunismo implantado en dicha nación), pone en la pantalla la disyuntiva constante a la que se enfrenta la sociedad cubana: sobrevivir como mártires de la patria o como traidores del estado cubano.

Realizada en Corea del Sur, Tren a Busan (2016) fue una sorpresa para muchos, tomando en cuenta que —culturalmente— la sociedad coreana se encuentra muy alejada de la americana y, por tanto, de la figura del zombi. En esta película, Seok-woo, un corredor de bolsa divorciado, viaja hacia Busan para llevar a su pequeña hija a visitar a su mamá.

Durante el viaje, los pasajeros empiezan a enterarse de los disturbios que se están generando en diferentes partes del país y no es sino hasta que el conductor del tren les notifica que no llegará a Busan y que se detendrán en otra estación, que inicia la lucha por la supervivencia.

Los zombis de Tren a Busan recuerdan un poco a los de Danny Boyle en 28 días después (2008) por la rapidez con la que se mueven, pero definitivamente son más interesantes en cuanto a sus movimientos corporales e, incluso, expresión facial y esto es algo que hay que aplaudirle a la dirección de Yeon Sang-ho: la selección del casting para personificarlos.

Tren a Busan

Un rasgo que hemos podido ver en la tradición cinematográfica coreana es el uso del humor aún en las películas de terror, y en Tren a Busan lo hacen de una forma muy fina: te ríes, pero no dejas de sentir la adrenalina y el horror de la película.

Otra fortaleza de la cinta es el desarrollo de varios hilos dramáticos, los cuales te llevan de una emoción a otra, experimentando así, el mismo desenfreno que están viviendo los personajes en una situación claustrofóbica en la que cada decisión es un paso que los acerca a la vida o la muerte.

Como podemos ver, el zombi nos ofrece un sinfín de posibilidades de interpretación dentro de una sociedad global en la que dejamos de ser únicos para convertirnos en masa. El horizonte vasto del zombi nos puede llevar a encontramos con cintas interesantes como 28 Days Later(2002) de Danny Boyle, Shaun of the Dead (2004) de Edgar Wright o Zombieland (2009) de Ruben Fleischer, y también con algunas otras un tanto fallidas como Rise of the Dead(2012) de Nick Lyon o The Horde(2009) de Yannick Dahan; pero de una u otra forma nos va a enfrentar a la que es, quizás, una de las razones principales por la que el zombi nos atrae tanto: que el fin de la humanidad no reside en la aniquilación física de la raza humana, sino de la condición que lo hace ser humano.

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