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James Gillray y el surgimiento del cartón político

por Alejandro Herrera

El cartón político se ha caracterizado, a lo largo de su historia, por poner el dedo en la llaga sobre los temas más controvertidos de una nación.

Con tono irreverente, sardónico, aludiendo a los excesos de las élites en el poder, el caricaturista goza de un espíritu crítico que complementa la crudeza del relato periodístico con la hiel amarga de una realidad donde también habita el chiste involuntario, el ofuscamiento de las minorías y el ajuste de cuentas intelectual que expone los puntos flacos de quienes parecen intocables.

En México son bien conocidos los esfuerzos de Daniel Cabrera, quien con El Hijo del Ahuizote emprendió una ardua campaña para exhibir, por medio del humor gráfico, las injusticias del gobierno de Porfirio Díaz.

Sin embargo, aunque en nuestro país existe una enorme tradición de publicaciones dedicadas a este oficio, fue en Inglaterra, de acuerdo con declaraciones del exministro conservador y vicedirector del Museo de la Historieta en Londres, Lord Baker, donde nació la caricatura política.

Sin saber a ciencia cierta si estos datos son correctos o si responden únicamente a esa necesidad imperiosa de los países primermundistas por mantener su estatus de forjadores del devenir humano, la realidad es que fue en la Gran Bretaña del siglo XVIII donde James Gillray comenzaría a sentar, sin proponérselo, las bases sobre las cuales se sostiene el cartón político y social como se le conoce hoy en día.

Gillray nació en Lanark, Escocia, en 1757; aprendió a grabar letras a temprana edad pero se aburrió pronto de esa actividad e intentó, fallidamente, labrarse una carrera como actor. Fue hasta 1779 que realizó su primera caricatura titulada “Irlandés a caballo”. Sin embargo, fue la aparición de Hannah Humphrey en su vida lo que posibilitó que su trabajo fuera reconocido.

Humphrey, quien sería su pareja durante los años de fama, era dueña de una imprenta. Fue en ese lugar que el trabajo de Gillray comenzó a ser expuesto con regularidad (Por aquel entonces los dibujos se ponían en los vidrios de las tiendas para que todos pudieran verlos) Esto le ganó notoriedad, pues el público supo apreciar inmediatamente su talento, pero también su mordaz manera de referirse a ciertos temas de la época.

Heredero de la escuela de William Hogarth, cuya visión sobre los marginados ingleses le llevó a ser considerado como el padre de la caricatura moderna,  Gillray vertió su más acérrima sátira sobre la figura de Jorge III; a quien ridiculizó en más de una ocasión. El dibujante también celebró, dejando ver claramente sus inclinaciones liberales, el estallido de la Revolución Francesa, a la cual dedicó su grabado “El triunfo de la libertad”, publicado en 1790.

Aun así, en 1792, al observar el insaciable gusto de los jacobinos, encargados de la ejecución de Luis XVI, por la sangre, la violencia y las decapitaciones, empezó a realizar dibujos donde ironizaba contra su radicalismo y sus ideas libertarias.

Después, utilizando de manera recurrente a Jonh Bull, personificación gráfica del Reino Unido a la usanza del Tío Sam, se dedicó a criticar el régimen napoleónico con algunos de los cartones  más memorables de la historia.

“El Pudín de Ciruela en Peligro” es una de las obras representativas de este artista, en el cartón se puede ver a William Pitt, primer ministro británico, conocido también como “El Joven”, larguirucho y astuto, disputándose el mundo con Napoleón Bonaparte, de baja estatura y de mirada maniática.

El grabado es una ingeniosa alegoría de la lucha geopolítica de aquellos días. “El Pudín de Ciruela en Peligro” deja de manifiesto el absurdo de la confrontación por la hegemonía global, al mostrar que para los estadistas la repartición del territorio es el equivalente a la pelea por un postre.

James Gillray murió loco, como resultado de su alcoholismo, que empeoró cuando su vista comenzó a fallar, es posible que se haya suicidado, pues ya había intentado quitarse la vida arrojándose por la ventana de la habitación en que vivía.

Sus amigos solían recordarlo como un sujeto problemático y obsesionado con su salud; aún así, es innegable su legado y aportaciones a la historia de la caricatura, pues con una visión hasta cierto punto sutil pero no por ello condescendiente, supo plasmar la actualidad de su tiempo con un trabajo digno de cualquier editorial periodística.

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