Ubicada en la región de Sicilia, Italia, Palermo se ha caracterizado por poseer un enorme patrimonio artístico y arquitectónico que año con año atrae a los turistas de diversas partes del mundo. Ahí, en el convento de los capuchinos, se encuentra un museo dedicado a la muerte que podría causar escalofríos a quienes no están acostumbrados a las experiencias de este tipo.
Las catacumbas del convento de Palermo consisten en seis cámaras subterráneas, en las cuales se encuentran, sostenidos de los muros, los restos de diversos niños, mujeres, hombres, frailes, sacerdotes y profesionistas.
Los capuchinos construyeron su primer cementerio en 1534 y posteriormente comenzaron a cavar las criptas para acomodar el creciente número de fallecidos. Al realizar esta remodelación los monjes descubrieron cerca de cuarenta cuerpos en estado de conservación, lo cual atribuyeron a las corrientes de aire y a la química del suelo.
Esto los llevó a adoptar técnicas de embalsamamiento que preservarían mejor los cadáveres y que dejarían un extraño legado para la posteridad. El primer habitante de las catacumbas fue el hermano Silvestro da Gubbio que murió en 1599.
Con el paso de los siglos otros monjes fueron sometidos a la técnica de momificación y dispuestos bajo el monasterio y eventualmente, personajes acaudalados e influyentes de la ciudad, especialmente los benefactores de la orden, también comenzaron a ser sepultados en el lugar.
El último clérigo en ser puesto bajo tierra ahí fue el hermano Riccardo en 1871 y en 1880, las autoridades prohibieron seguir enterrando cuerpos salvo algunas excepciones como el cónsul de los Estados Unidos, Giovanni Paterniti, fallecido en 1911, y la niña Rosalía Lombardo fallecida en 1920.
En el recinto, todos los muertos están de pie, colgados de las paredes o reposan en ataúdes sin tapa. Se sabe que para preservarlos, los capuchinos colocaban los cadáveres en celdas durante ocho meses para que se secaran, después eran bañados en vinagre y se exponían al aire durante varios días, otras fuentes afirman que utilizaban una mezcla de arsénico y cal.
Sin embargo, en el caso de Rosalía Lombardo, quien se encuentra perfectamente conservada, Bob Brier menciona que su cuerpo fue preparado por Alfredo Salafia, maestro embalsamador experto en química, quien desarrolló un método que daba resultados a muy largo plazo. Salafia desarrolló un fluido que se inyectaba a través de la carótida y era capaz de conservar la firmeza de los tejidos, desafortunadamente, nunca patentó su descubrimiento y se llevó su secreto a la tumba en 1933.
Las catacumbas de Palermo reciben aproximadamente 40.000 visitantes al año y aunque no son las únicas en Italia, sí son las más visitadas de la región.
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