Prolífico y excéntrico, así era Robert E. Howard, creador de Conan, el Bárbaro.
Robert E. Howard nació en Peaster Texas en 1906, hijo único de Hester Jane Ervin Howard y del médico Isaac Mordecai Howard, radicó la mayor parte de su corta vida en el pueblo de Cross Plains, ubicado en la zona central del mismo estado.
A Howard se le recuerda por haber sido el creador de Conan el Bárbaro, personaje icónico del cine y los cómics, sin embargo, sus relatos publicados mayormente por la revista Weird Tales, dan cuenta de su prolífica producción literaria.
Enfermizo y de naturaleza melancólica, cultivó pocas amistades. Mantuvo una relación epistolar con H.P. Lovecraft, con quien discutía sobre diversos temas, desde el fascismo o la compleja relación entre civilización y barbarie, hasta las dificultades que implicaba dedicarse al oficio de la escritura.
Decadencia y barbarie
La decadencia de la civilización era un asunto recurrente en la narrativa de Howard. A pesar de ser considerado en su época como un escritor menor, el autor plasmaba en sus textos una visión particular sobre la problemática de aquellos tiempos.
La crisis económica de los años 30 había hecho mella en su trabajo, pues la editorial le mandaba unos cuantos cheques raquíticos, con los que no alcanzaba a cubrir sus gastos, por la publicación de sus relatos y la correspondencia que sostenía con Lovecraft daba cuenta también de su preocupación por el conflicto bélico que estaba por surgir en Europa.
Aún así, Howard, como menciona Luis Felip López-Espinosa, en la revista filosófica THÉMATA, tuvo la inteligencia de presentar al bárbaro como negación de los tiempos y crítico de su propio contexto social. Howard creía que la barbarie era el estado natural de la humanidad pues tal estado de primitivismo puro, simple, directo y sin pretenciones, superaba a la civilización y a todos los avances que esta añora y preserva.
Esta apreciación histórica estuvo influenciada por la experiencia propia de Howard, quien convivió con los peones, bravucones y otros hombres de dudosa reputación, que trabajaban extrayendo petroleo en Cross Plains.
Para el autor, la civilización sucumbiría tarde o temprano víctima de su propia debilidad, generada al interior de su dinámica sociocultural y a los peligros del exterior. Tal perspectiva puede apreciarse en los relatos de Kull el Conquistador, Solomon Kane y principalmente en Conan el Bárbaro, que refleja una actitud transgresora y recelosa contra la civilización y sus códigos sociales.
Conan tiene un código de honor sencillo basado en la amistad y en la lealtad y en sus aventuras, en las cuales se impone la voluntad de la espada como sinónimo de la justicia, el enemigo a vencer, muy por encima del variopinto catálogo de villanos a los cuales se enfrentaba, es la corrupción, el fraude y los excesos del poder, que algunos de los estudiosos de su obra han visto como clara referencia a los banqueros y corredores de bolsa de Wall Street que habían causado la Gran Depresión en los Estados Unidos.
El Suicidio
Robert E. Howard acostumbraba aporrear con fuerza su máquina de escribir hasta altas horas de la noche, lo cual le ocasionó diversas denuncias por parte de sus vecinos, y de vez en cuando boxeaba con su sombra en algún callejón escondido, sin embargo, detrás de la apariencia excéntrica de este escritor se escondía un hombre depresivo que abrumado por las deudas, derivadas del tratamiento por tuberculosis de su madre, quien finalmente fue desahuciada, los pagos atrasados de Weird Tales y el agotamiento físico y mental de trabajar para revistas que terminaban estafándolo, decidió darse un tiro en la cabeza el 11 de junio de 1936. Fue enterrado junto a su madre quien murió 31 horas después.
Algunos de sus colegas expresaron su tristeza por el fallecimiento del joven escritor (tenía 30 años) aunque uno de los más acongojados fue H.P Lovecraft, su amigo más intimo y fiel admirador.
1 Comentario
Creo que al final olvidó mencionar a Clark Ashton Smith que, aunque no se conocieron en persona, también fue gran amigo y colaborador en Weird Tales de Robert E. Howard.