Ahora sí parece que aquella vieja consigna que versaba sobre la muerte del rock se está haciendo cada vez más tangible, con los fallecimientos de Lemmy Kilmister, David Bowie, Glen Frey, Keith Emerson, Leonard Cohen y otros más este 2016, pareciera que la historia de la música está a punto de sufrir cambios radicales.
Hace unos días, Black Sabbath pisó por última vez el suelo mexicano, su gira The End, deja de manifiesto una trayectoria que desde la perspectiva de nuestra época pareciera siempre exitosa, contemplar a Ozzy, Tony y Geezer haciendo lo que hacen mejor borra de inmediato los problemas de adicción del primero, los padecimientos resultantes del cáncer del segundo, las demandas por el nombre de la banda, la era con Tony Martin, los constantes cambios de integrantes e incluso a esa alineación con la poderosa voz de Ronnie James Dio.
Ese Black Sabbath, el que pisó el Foro Sol el pasado 16 de noviembre frente a 60,000 personas, trajo consigo un pedazo de tiempo congelado, de nostalgia, de canciones tatuadas en el imaginario colectivo, no solo de los amantes del género, sino de todos aquellos que han visitado alguna vez un bar y han coreado Paranoid o Iron Man, las piezas más populares; revivió el deseo de algunos septuagenarios de volver a tocar una guitarra de aire y dio esperanzas a las nuevas generaciones de identificarse con algo más allá de las propuestas desechables de hoy en día.
Black Sabbath nos recordó que la buena música es inmortal y está más allá de cualquier etiqueta, si el rock muere y sus creadores y representantes se convierten en parte de la estratósfera, no importa; siempre vendrán nuevas versiones, nuevas aproximaciones, nuevas formas de resucitar su testamento discográfico. Black Sabbath se despide pero deja claro porque son considerados los padres fundadores de tantas corrientes, tendencias y formas de interpretación, los vamos a extrañar pues efectivamente su partida podría marcar, como bien lo especifica el afiche de promoción de su gira, que es este el principio del final.
