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Ghost in the Shell, sobre remakes, cyberpunk y Hollywood

por Redacción

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Por María Esther Chamosa

Traduttore Traditore, una frase que si bien se emplea más en la literatura, se podría trasladar también al mundo cinematográfico, las adaptaciones han sido un dolor de cabeza para Hollywood desde hace ya bastantes años y es que no es fácil trasladar un universo que marcó el imaginario y la educación sentimental del lector de cómics, del aficionado a las sagas juveniles o al manga, a un lenguaje completamente distinto o, en el caso de la cinta dirigida por Rupert Sanders, a una cultura ávida de blockbusters cuya finalidad no sea otra más que la del simple y llano entretenimiento. Ghost in the Shell, la obra cumbre de Masamune Shirow donde se cuestiona la inteligencia artificial y los límites de lo real, llevada al cine en 1995, con una secuela de 2004 y una serie de TV, Stand Alone Complex, representaba un reto importante e incluso un acto profano para quienes han hecho de la primera cinta dirigida por Mamuro Oshii un objeto de culto.

Con un acertado diseño de producción que logra plasmar visualmente una inquietante modernidad ciberpolita en Tokio, esta nueva versión luce extravagantes escenarios, generados por CGI, donde el trabajo de fotografía bien nos recuerda los paisajes distópicos y sombríos de “Blade Runner” (Ridley Scott, 1982).

Al igual que sus predecesoras, Ghost in the Shell: la vigilante del futuro se encuentra ubicada en un momento donde las fronteras entre lo humano y lo cibernético se han retraído, y un grupo de científicos alentados por poderosos empresarios logran trasplantar cerebros humanos en cuerpos sintéticos; sin embargo se aleja de la premisa original presentada en las obras anteriores, que suponía un incisivo cuestionamiento sobre lo que es la naturaleza de lo humano,  la  inteligencia artificial y el espíritu de la máquina; la versión de Sanders evade la densidad reflexiva propia de la ideología oriental y occidentaliza la obra quedándose más bien en lo meramente anecdótico y con algunas secuencias que a los conocedores de la obra de Oshii arrancarán una que otra sonrisilla. 

Una agente de la Sección Policial de Seguridad Pública 9, la Mayor Motoko Kusanagi, quien supone el prototipo más perfectamente construido después de decenas de fracasos de implante cerebral, se cuestiona sobre la veracidad de sus recuerdos. Esta emblemática Mayor es encarnada por una sobria Scarlett Johansson, que sale bastante bien librada del reto gracias a su templanza histriónica que recuerda un poco la tensión de “La joven con el arete de perla” (Peter Webber, 2003) y un inteligente traje metálico que sustituye la irreverente desnudez original con la cual se enfatizaba la ausencia moral de un organismo no humano. 

Para los fans de la obra de Shirow, esta versión podría ser considerada como un intento pasteurizado con escenas de acción medianamente bien resueltas. Quienes desconocen el origen oriental de este denso y mítico relato podrán disfrutar sin prejuicios de un thriller cuasi apocalíptico con clara progresión y estructura dramática, aunque de resoluciones exageradamente simples con algunos clichés (la inserción innecesaria de la madre doliente de Motoko, por ejemplo) en los cuales se demuestra que Hollywood ya no tiene mucho que ofrecer respecto a historias basadas en cómics, super héroes y  demás productos de la cultura pop.

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